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¿Qué leemos en Tiflolibros? Edición noviembre
¡Hola lectores de Tiflolibros! esta vez queremos compartir con ustedes lo que ya se ha vuelto un clásico de cada mes para quienes leemos desde la Biblioteca Accesible Tiflolibros. Marta Traina, una de las fundadoras de la Biblioteca y parte del equipo de Tiflonexos, nos presenta esta serie de sugerencias y recomendaciones de lectura, acompañadas por #Críticas, #Reseñas y #Sinopsis y sus respectivos enlaces de descarga, que nos puede resultar útil en los momentos en que nos preguntamos… ¿Qué leo? Es por esto que, invitándolos a la lectura, seleccionamos tres títulos para ustedes ¡Esperamos que los disfruten! ¡Saludos!
- El atlas de las nubes, de David Mitchell
El atlas de las nubes de David Mitchell varía de género, del epistolar a la autoficción, la novela de aventuras, de intriga y de ciencia ficción, según va ofreciendo el relato de sus seis personajes, en épocas y lugares distintos, que quedarán finalmente conectados. Va la reseña editorial, los comentarios publicados en La espada en la tinta y el enlace de descarga desde Tiflolibros.
El atlas de las nubes es una novela que da la vuelta al mundo y recorre desde el siglo XIX hasta un futuro apocalíptico, a través de seis historias entrelazadas. El relato se abre en 1850 con el regreso del notario estadounidense Adam Ewing desde las islas Chatham a su California natal. Durante el viaje, Ewing traba amistad con un médico, el doctor Goose, que comienza a tratarle de una extraña enfermedad causada por un parásito cerebral... Repentinamente, la acción se traslada a 1931 en Bélgica, donde Robert Frobisher, un compositor bisexual que ha sido desheredado, se introduce en el hogar de un artista enfermizo, su seductora esposa y su núbil hija... De ahí saltamos a la Costa Oeste en la década de los setenta, cuando Luisa Rey destapa una red de avaricia y crimen que pone en peligro su vida... Y, del mismo modo, con idéntica maestría, viajamos a la ignominiosa Inglaterra de nuestros días, a un superestado coreano del futuro próximo regido por un capitalismo desbocado y, finalmente, a Hawai, a una Edad de Hierro post-apocalíptica que corresponde a los últimos días de la historia. Sin embargo, la historia tampoco termina ahí. La narrativa vuelve, como si de un bumerán se tratara, en el tiempo y en el espacio hasta el punto de partida recorriendo, en sentido inverso, la trayectoria trazada. Durante la travesía, Mitchell va revelando los lazos que unen a personajes tan distintos, el modo en que se entrecruzan sus destinos y la forma en la que sus almas se desplazan a través del tiempo como las nubes por el horizonte. David Mitchell, es un visionario posmoderno que se mueve con maestría por una multiplicidad de estilos y sabe combinar a la perfección los ingredientes básicos de la novela de aventuras con una debilidad muy nabokoviana por el puzle, un ojo clínico para retratar a los personajes y un gusto por la reflexión filosófica y científica en la línea de Umberto Eco, Haruki Murakami y Philip K. Dick. En esta novela, Mitchell derrumba las fronteras del tiempo, los géneros y las lenguas para ofrecernos una visión fascinante de la voluntad de poder que mueve a los seres humanos, y de adónde nos conduce.
La espada en la tinta / blog
Después de leerlo considero que El Atlas de las nubes sea tal vez el primer gran clásico del siglo XXI. Consejo número 1: toma papel y boli al iniciar la lectura. Cada persona tiene su método, cada cual lo disfruta de una forma. Pero es probable que se necesiten tomar ciertos apuntes, sobretodo en el posible caso de no leer el libro del tirón, sino a ratos libres. Nada del otro mundo, pero es que su estructura lo requiere, para hacer más fácil la conexión de ideas.
Comenzaré por ahí. El Atlas de las nubes es una novela que desafía toda lógica narrativa. Pondría como ejemplo la excepcional película del maestro Christopher Nolan Origen para ilustrar con más detalle mis palabras. Se trata de un arriesgadísimo y original reto para el lector en el que, a través de éste puzzle, de esta muñeca rusa que es la novela, Mitchell nos narra seis historias de seis personajes en seis vidas distintas en seis épocas diferentes. Y el hecho de tomar los apuntes no es para otra cosa más que poder tenerlas frescas cada una de ellas, pues no están contadas de forma lineal, sino que, como si de una cebolla se tratase, vamos avanzando en el tiempo, historia tras historia, dejándolas todas a medio contar para llegar a la sexta y más alejada en el tiempo histórico y desde ahí, volver atrás nuevamente hasta la primera. ¿Complicado? Mejor diría descarado. Y es que la gracia del juego radica en relatar los hechos de este modo, pues linealmente la cosa perdería mucho fuelle.
Pero esta historia coral tiene mucho más. Adam Erving viajando a bordo de un galeón por el Pacífico en el siglo XIX, Luisa Rey tratando de sacar verdades a la luz a finales de los 60, Sonmi-451 en un futuro robótico tal vez no muy lejano o Zachry el Cagueta en una Tierra ya post apocalíptica. Todo un desfile de personajes, de épocas y de situaciones aparentemente distintas y distantes, pero que de algún modo van a estar “conectadas”. (Prometo que mis apuntes finales han acabado llenos de rayas de colores, con hilos argumentales, conexiones, etc…). El puntazo narrativo tiene su colofón en la manera en que cada una de las historias está contada. Diario, cartas, entrevista, narración en primera persona, hay de todo. Y cada una de ellas perfectamente ambientada en un lugar y época distintos, con una recreación de los detalles perfecta, cuidando hasta lo más mínimo incluso la manera de hablar y la psicología de sus personajes, acorde con el momento y lugar.
El título del libro se debe a la música, pues El Atlas de las nubes en sí es el sexteto que pretende componer en su historia uno de los protagonistas.
Aprovecho la ocasión para mencionar que la novela ha sido adaptada y llevada a la gran pantalla por los hermanos Wachowski (ahora hermano y hermana), padres de la trilogía Matrix.
Link de descarga desde Tiflolibros:
- Una música, de Hernán Ronsino
Una música está rodeada de personajes bien perfilados, un pianista inicia un recorrido incierto descifrando el pasado familiar; una fuga a la periferia y a la propia identidad. La novela fue ganadora del Premio de la Crítica de Fundación El Libro 2022. Va la reseña de Editorial Eterna Cadencia, el comentario publicado en Página12 y el enlace de descarga desde Tiflolibros. En el siguiente correo comparto una entrevista al autor.
Reseña / Editorial Eterna Cadencia
Después de cuatro años, Hernán Ronsino regresa con una novela tan ansiada como atrapante que sigue los pasos y las Du nerivas de un músico que ha heredado de su padre mucho más que bienes.
"Basta con mirar cómo las nubes todo el tiempo se reinventan para entender que eso que llaman progreso, esa línea inevitable por la que hay que transitar, cumpliendo a cada paso metas, objetivos, esa línea que nos conduce hacia un destino grandioso no existe. Cuando ves el movimiento constante de las nubes te das cuenta de que el progreso no existe; que a veces es mejor bajarse en el paraje menos indicado para reinventar desde esa supuesta periferia una mirada."
Juan Sebastián Lebonté es músico, no por vocación sino por prepotencia paterna. En una de sus giras por pequeños pueblos de Europa del Este, recibe la noticia de que su padre ha muerto y decide regresar a Buenos Aires. Cuando llega el momento de hablar de la herencia, Juan se entera de que su padre, quien consiguió una muy buena posición económica durante los años setenta, solo le dejó un campito en el conurbano, por la zona de la estación de tren de Paso del Rey, que nadie en la familia recuerda.
Hernán Ronsino, una de las voces más potentes de la literatura argentina contemporánea, construye una novela atrapante que indaga en el vínculo padre-hijo, en los secretos familiares y también en la posibilidad de encontrar una grieta que permita no repetir la misma historia, una suerte de fuga.
Una música, de Hernán Ronsino - Página|12
En Una música, su quinta novela, Hernán Ronsino confronta a un pianista con su pasado familiar y un revelador y poético viaje desde el centro a la periferia, desde la ciudad al conurbano, y con un piano abandonado que paradójicamente se convierte en un gran obstáculo. Por Sebastián Basualdo 25 de diciembre de 2022.
Que un padre quiera que su hijo se convierta en pianista no tendría por qué tener nada de extraño, en principio; incluso yendo contra la primera voluntad del vástago que, por tener unos pocos años de edad, no reconoce aún su talento porque forma parte del universo lúdico. Hay ejemplos ilustres al respecto.
Lo mismo sucede si no hay ninguna habilidad por potenciar y el deber ser como mandamiento paterno se convierte en una herencia imposible de sostener. Porque ya se sabe que, en muchos casos, son los hijos quienes deben acarrear los deseos y frustraciones de sus padres. Pero hay otra zona de lo real donde se hace presente un imaginario cuyos límites no son tan fáciles de precisar conceptualmente como una mera proyección paterna, una especie de realización continuada, un proyecto de vida hecho a medida como un traje para el hijo. Desentrañar la lógica de ese imaginario como una ficción hecha de varias versiones (la manera en que nos construimos discursivamente a nosotros mismos) es uno de los tantos hilos conductores que propone la trama de Una música, la nueva novela de Hernán Ronsino.
“Mi intención original era trabajar una novela que sucediera en Buenos Aires, de hecho, la primera versión sucede en la ciudad, pero luego fue desplazándose poco a poco hacia las orillas, en este caso, de la gran urbe. Como si la escritura necesitara de una distancia, por un lado, del centro, y por otro trabajar desde una mirada orillera. Cuando el lugar apareció la historia se aclaró en todos sus matices. Es decir, si bien salí del territorio pampeano que aparece en mis novelas anteriores, se mantuvo, creo, como constante la necesidad de explorar el margen, la periferia. Al principio tenía pocas cosas claras: que se iba a llamar Una música, que el protagonista era un pianista, que había un piano abandonado que funcionaba como un gran obstáculo. Con esos elementos empecé a tirar del ovillo”, dice Hernán Ronsino, autor, entre otros libros, de La descomposición (2007), Glaxo (2009), Lumbre (2013) y Cameron (2018).
En 2020 recibió el Premio Anna Seghers que se entrega cada año en Berlín a un autor latinoamericano. Y en 2021, el Premio Municipal de Literatura de la ciudad de Buenos Aires. “Cada novela propone un desafío distinto en relación a la escritura. Es como si la forma de la novela se fuese descubriendo en el mismo proceso de escritura. Más allá de los planes y de los planos que uno puede ir trazando, la escritura finalmente se impone para modelar las cosas. Y eso no se puede replicar. Quiero decir, no es una fórmula que descubrís después de escribir un libro sino que cada nuevo libro te enfrenta a ese desafío de pensar cómo hacerlo”.
Juan Sebastián Lebonté es un pianista reconocido y se encuentra de gira por Europa del Este cuando recibe la noticia de la muerte de su padre. Ya de regreso en Buenos Aires, Lebonté se encuentra con su familia, una madre bastante particular, aunque reconocible, metida en su propia generación como si eso le permitirá no envejecer, una hermana y su marido, ajenos los dos al mundo artístico, Natalia, su pareja y con la cual vivía antes de irse de gira, y, por sobre todo, algunas decisiones que su padre dejó firmes como última voluntad. “Solo vamos a necesitar que firmes, nada más. Tu padre dejó algunas cosas repartidas y tuviste la suerte de que te tocara a vos el campito de Paso del Rey, dice. Nosotras estamos de acuerdo, tu hermana al principio puso cara rara, sabés cómo es, pero yo la hice entrar en razón: ese lugar es para vos, siempre te gustó la naturaleza, está pegado al río. Vas a tocar mucho ahí, como quería tu padre. Por eso le puso El Refugio. Yo lo acompañé cuando fue a ver el lugar por primera vez. Dijo: esto es un refugio para un artista. Me lo acuerdo clarito, mirá, dice mi madre, se me pone la piel de gallina. Y eso que no habías nacido todavía”.
Todo lo que la muerte dejó inconcluso en relación al vínculo entre padre e hijo se irá desarrollando de manera enigmática a partir de recuerdos que se imponen como una historia de vida que necesita ser reconstruida. En ese sentido, ¿Quién fue realmente ese hombre? ¿De dónde surgió, si es que hay una única razón, la necesidad de convertir a su hijo en pianista? Pronto aparecerá una especie de pista en clave donde Hernán Ronsino despliega todo su talento literario, su poética capacidad para generar climas tensos, oscuros como pozos hasta iluminarlo todo con sutiles detalles que motivan a las lectoras y lectores a participar activamente de la reconstrucción de la trama, elegir una versión de la historia que involucra a una mujer de nombre Anita Labronie y a su padre, que de joven tuvo un encuentro revelador, un descubrimiento en una galería de Brooklyn: Bill Turner, pianista genial, y su disco Hudson.
“La novela se me aclaró cuando apareció el campito de Paso del Rey. Ir hacia esa orilla fue como haber encontrado el destino de la trama. Y además ir hacia la orilla me permitió marcar un camino estructural inverso al mandato que el padre imponía: esa lógica de progreso encarnada en la figura de la escalera que aparece en boca del padre. El personaje empieza la novela de gira en Europa y va lentamente hacia el conurbano. De modo que hay muchos motivos que me llevaron a esa orilla” dice Hernán Ronsino. “Y en esa orilla aparece una naturaleza, la que bordea al Reconquista, contaminada, fabril, como un resto desacoplado entre la gran urbe y el comienzo inminente del campo. Esa naturaleza me interesaba espejarla de algún modo con la naturaleza que trabaja, por ejemplo, Hudson a fines del siglo XIX”.
Todo lo que le espera a Juan Sebastián Lebonté al llegar al campito de Paso del Rey es realmente memorable por el modo en que se van resolviendo los distintos niveles narrativos que fueron previamente construidos. En aquel lugar, Lebonté conocerá a una serie de personajes tan entrañables como complejos que, entre trabajos manuales, secretos, y un desconcertante, definitivo pedido, lo irán acercando cada vez más al centro de una incógnita que pone en jaque varios aspectos vinculados a lo imaginado y lo verdadero, lo recordado e inventado. O soñado. Una música es sin dudas, una extraordinaria novela de Hernán Ronsino.
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- El peregrino, de J. A. Baker
El peregrino es una obra maestra en el modo poético de retratar la naturaleza, con traducción de Marcelo Cohen. Compartimos la reseña, la recomendación de Herzog y la crítica de Guillermo Saccomanno en Página12. Al final, el enlace de descarga desde Tiflolibros.
Durante diez años, del otoño a la primavera, J. A. Baker se propuso rastrear a diario a los halcones peregrinos que visitaban su región, en el este de Inglaterra, en una época en que se creía que estas aves corrían el peligro de extinguirse. Los persiguió con amor y obsesión, los observó en el aire y en la tierra: la forma en que volaban, cazaban, se alimentaban y descansaban, actividades que Baker registra con una combinación exquisita de exactitud y poesía. A medida que avanza en el misterio de esa búsqueda, su propio sentido de lo humano parece disolverse para ser reemplazado por la conciencia implacable de un halcón. De esa transformación se ocupa este libro hermoso, conmovedor e inolvidable. Publicada originalmente en 1967 y nunca antes traducida al español, El peregrino está considerada una de las obras maestras del siglo XX de la literatura sobre la naturaleza.
El peregrino no es la crónica de un naturalista sensible o un etólogo aficionado. Es una obra única, mayor, el rapto de un escritor extático frente a lo que se extingue, una cima de la lengua que varía y desvaría. Un réquiem, un salto de fe, una elegía. Graciela Speranza
La fuerza y la belleza de la prosa de Baker no tienen precedentes. Su fascinación, su compromiso íntimo y entusiasmo por el mundo natural, y la intensidad con la que ve las cosas que ocurren a su alrededor –capturando la esencia de un hecho fugaz con todo detalle– son maravillosos. Hay un éxtasis, una suerte de delirio amoroso por lo que observa. Cualquiera que ame de verdad la literatura o el cine debe leer este libro. Werner Herzog
Crítica por Guillermo Saccomanno / Página | 12
Como un halcón Publicada en 1967, El peregrino permanece como uno de los libros más notables y emocionantes que se hayan escrito sobre la naturaleza. J. A. Baker, escritor inglés autodidacta, se dedicó amorosamente al estudio de los pájaros y, en especial, a observar los hábitos cazadores del halcón peregrino, para terminar, escribiendo un libro de absoluta originalidad que por primera vez se conoce en castellano, con traducción de Marcelo Cohen. Por Guillermo Saccomanno
“Lo más difícil de ver es lo que está ahí”, escribe John Alec Baker. Sin embargo, a los treinta, cuando empieza a escribir El peregrino, Baker no es lo que se dice - o se entiende - por un escritor, Baker no lo es. Y no parece interesarle mucho serlo. Tampoco se propone enseñar nada y, en este sentido, podría aducirse que no es, aunque pueda serlo, un maestro. Y entonces sobreviene la pregunta: maestro de qué. Por qué no, en un gesto de humildad, deviene maestro de un aprendizaje.
Nacido en 1926 en Chemsford (Gran Bretaña), hijo único de una familia de clase media baja, concluye su educación a los dieciséis. No obstante, lee poesía y a Dickens. Se casa en 1956 con Doreen Grace Coe, con quien vivirá treinta y un años en Essex. Ninguno de sus trabajos es destacable: corta árboles, cosecha manzanas, es mandadero del British Museum y encargado de la Asociación Automovilística del condado, aunque no sabe manejar y su vehículo es la bicicleta.
Contra lo que se imaginó después de la publicación de El Peregrino, nunca fue bibliotecario. Tampoco tuvo contactos con el ambiente literario de su tiempo.
Internándose en un bosque solitario, entre robles y olmos, escribe: “La calma, la soledad de los confines me atrae”. Camina por campos y playas, camina atravesando paisajes en los que, cada tanto, puede levantarse una iglesia lejana, una granja, una máquina agrícola y, a menudo, algunos cazadores. Camina bajo el sol y también bajo la lluvia. Camina hasta el agotamiento. Camina observando el cielo. “Siempre he deseado ser parte de lo abierto, estar allá, al borde de las cosas, dejar que la pureza humana se enjuague hasta el vacío y el silencio. Por años las vi como un temblor al filo de la visión”. Baker lo confiesa: “Llegué tarde al amor por las aves”. Hasta que un día, por curiosidad de lugareño o repentina iluminación, decide observar - la vigilancia, atenta, maníaca, persecutoria es lo suyo-, y se fija en los halcones peregrinos. Entonces anota “la pasión y la violencia súbitas que los peregrinos arrebatan al cielo”. Baker no es un cazador sino, como queda dicho, un observador y en la acción de observar, se comporta como tal. “El cazador debe convertirse en lo que caza”. Y luego: “No hay vínculo más grande que el miedo compartido”, registra. “El tiempo se mide por un reloj de sangre”. Su propósito, avisa: “Voy a dejar en claro lo que es la matanza”. Durante un invierno, llevará un diario, pero no le será suficiente: “Seguí El peregrino durante diez años.
Para mí era el grial”. Y aclara: “Quedan pocos peregrinos, habrá cada vez menos y quizá no sobrevivan. Muchos mueren de espaldas, insanamente aferrados al cielo en las últimas convulsiones, mustios y consumidos por el polen sucio, insidioso de los pesticidas. Antes que sea tarde, he procurado recapturar la belleza extraordinaria de esa ave y trasmitir la belleza de la tierra en donde vivía, una tierra que para mí era tan gloriosa y profusa como África. Es un mundo que agoniza, como Marte, pero que aún resplandece”.
El párrafo anterior apenas da cuenta, con unos pocos subrayados, del sentido de este libro tan prodigioso. Lo advierto, estos son unos pocos subrayados, ya que a lo largo de la lectura no paré de subrayar, anotar y fichar, al principio cumpliendo con un requisito de comentarista y luego, fascinado, por el puro gusto de marcar pasajes inolvidables en los que el lirismo, a pesar de una prosa directa, lo conquista a uno y no lo suelta hasta el final. Que conste, cuando se termina la lectura, se siente haber compartido, una experiencia única, una sensación similar al vuelo, los sentidos alerta y en suspenso. Los halcones que Baker sigue y persigue en poco más de doscientas páginas, proceden de Escandinavia, vienen tanto de Noruega como de la tundra lapona.
Y cuando por fin sobrevuelan Essex, donde habrán de quedarse desde octubre hasta abril, allí está su cronista, esperándolos, a veces con un telescopio, a veces con una larga vista, siempre pendiente de su cotidianeidad. Que se centre en los halcones no significa que descuide los comportamientos de cuervos y perdices, palomas y búhos, urracas y zorzales, y un sinfín de presas de el peregrino que, según informa Baker, nunca mata por placer. Sencillamente se alimenta. Mera supervivencia. “No hay criatura carnívora más eficiente ni piadosa que El peregrino” escribe Baker. Y se interna en un campo anegado, alcanza el estuario, la costa, el mar, los rompeolas, y analiza cómo los halcones, siempre desde abajo, atacan, por ejemplo, a las gaviotas. Después se concentra en la descripción de esa carnicería pulcra de la que apenas quedan huesos y plumas. Identificación mediante, Baker se detiene ante unos restos: “Me encontré agachado sobre la víctima como un halcón desplegando las alas para proteger a la presa. Como en un ritual primitivo, sin tener conciencia, estaba imitando los movimientos de un halcón: el cazador volviéndose lo que caza. Escruté el bosque. Agazapado en una guarida de sombra, el peregrino me observaba, agarrado al cuello de una rama muerta. Vivimos, en estos días, a la intemperie, la misma vida del miedo extático. Huimos de los hombres. Odiamos esos brazos que se levantan de golpe, la loca agitación de sus gestos, el tijereteo errático de sus pasos, su tambaleo sin rumbo, la blancura pétrea de los rostros”. Esta no será la única identificación entre Baker y el halcón ni tampoco la única descripción de los despojos de las presas del peregrino. Tampoco perderá oportunidad, cuando se le presente, para disparar críticas a la civilización, la depredación de especies en función de un progreso que destruye los espacios primitivos.
Sin embargo, Baker es consciente de lo que tiene de sacrílego su mística, que no es precisamente ornitológica: “Voy a seguirlo hasta que mi depredadora sombra humana ya no oscurezca de terror el agitado caleidoscopio de colores que le mancha la profunda fóvea del ojo brillante. Voy a hundir mi cabeza pagana en la tierra invernal y salir purificado”.
Podría pensarse que Baker es un cronista post David Henry Thoreau, quien a mediados del siglo XIX predicó la reinvindicación de la austeridad, una economía contra el capitalismo, esa ética perdida del anarquismo libertario que llama a la desobediencia civil y se recluye en los bosques de Walden. Aunque se lo pueda relacionar con William Henry Hudson, el ocioso británico de la Patagonia, su interés es otro. También se lo podría vincular a la apurada con Maurice Maeterlinck, el escritor belga que a comienzos del siglo XX se consagró a escribir bellos estudios simbolistas sobre las abejas y las hormigas. Pero no, Baker no es un pensador social ni un naturalista. Tampoco un escritor que pretende estudiar especies en función de ejemplificar y plantear modelos de conducta sociales. Su espíritu es absolutamente naive, su instinto literario es intuición genuina y, si bien destellan momentos espléndidos de hermosísima descripción literaria, es siempre, incondicional, el espíritu de alguien poseído por una obsesión que testimonia lo que ve, un narrador pura sangre que sale, día a día, contra las inclemencias del tiempo y los accidentes del terreno, tras su pasión: el peregrino. En este punto, su relato tiene esa impronta de la experiencia que fue rasgo de Jim Corbett, el oficial del imperio, ya retirado, que se lanzara a cazar tigres en las vecindades del Tibet y Bengala, autor de Las fieras cebadas de Kumaón. En todo caso, si un vínculo puede establecerse en su percepción de la naturaleza es, nada menos que con Ted Hughes, el poeta zorro, devoto de los halcones y no sólo, el vidente de una naturaleza despiadada que, contra lo que piensan las buenas conciencias, detecta en las especies códigos, leyes y una moral como para acercarse a una comprensión de la vida y la muerte que puede amedrentar. Sus halcones, como los de Hughes, son fugitivos de todo menos del miedo. Casi sobre el final de su crónica, Baker define en los halcones un don envidiado: “Estaban en posesión de la libertad que yo había perdido”.
En tiempos donde las vanguardias literarias merodean vacilantes en torno a novedades que huelen a museo, de relatos mecanizados que parecen formateados para cumplir con los apetitos del mercado, Baker, como extranjero, llama la atención en esta vuelta a los orígenes del arte de narrar. Sin duda, estamos ante un libro tan singular como atractivo y, entre sus lectores, no han faltado ilustres como Werner Herzog, otro apasionado de la naturaleza, quien ha sentenciado: “Cualquiera que ame de verdad la literatura o el cine debe leer este libro”. También es probable que, en su aura, El peregrino pueda conectarse con el film del suizo Alain Tanner: Los años luz, la aventura silenciosa de un hombre que quiere volar.
A subrayar: si la escritura de Baker resulta deslumbrante, su mérito consiste en la estudiosa y sensible traducción de Marcelo Cohen, compenetrado con la crónica del autor y su territorio. Como cierre, una perla: el pormenorizado glosario de aves “para facilitar la identificación de las especies mencionadas en el libro en todo el ámbito de habla hispana, los nombres con su correspondiente nombre científico y la forma en que Baker las designa en la versión original”.
En 1967, el año de su publicación, El peregrino le valió a Baker el premio Duff Cooper. Se lo consideró una obra maestra de la literatura sobre la naturaleza.
Fue traducido al francés, al italiano, al alemán y al sueco. Baker publicó sólo un libro más, The Hill of Summer. Murió en 1987 a los sesenta y uno.
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¡Gracias por leernos! nos encontramos en la próxima entrega - Equipo de Tiflonexos